Esos ojos me suenan by Natalia Diván

Esos ojos me suenan by Natalia Diván

autor:Natalia Diván
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2019-04-16T22:00:00+00:00


Amor visceral

Como la conversación entre Carl y Amy en el camarote de ésta se había prolongado mucho (aunque ellos no se hubieran percatado de tal cosa, pues cuando se está a gusto es bien sabido que el tiempo pasa muy lento), se hizo un poco tarde, sus estómagos rugían y Carl sabía que, lo que estaba a punto de narrarle ahora le llevaría otro buen rato, le propuso a su vieja amiga comer algo en el buffet, a lo que ella accedió de buena gana, aunque Amy temía que ocurriera algo que les hiciera separarse: en su habitación se sentía protegida de tal peligro.

Subieron a la cubierta principal, se sirvieron algunos platos y se sentaron en una mesa junto al parapeto, desde donde se disfrutaba de una perfecta panorámica de Citavecchia. Eran las una y media de la tarde.

—Podrías contármelo aquí —le propuso Amy, ansiosa.

—Es mejor que no —se limitó a contestar.

No hablaron mucho, y cuando lo hacían era de temas absolutamente banales, pero la felicidad en ambos, especialmente en ella, era palpable.

Carl se levantó para llenar de nuevo su plato de comida. Amy lo observó y descubrió que la amiga de Eliza, aquella que le acompañaba en el casino y la que también estaba en la fiesta de la primera noche, se acercó al hombre para saludarlo. Al principio no recordaba su nombre, pero pronto se le iluminó la mente: Gia.

A Carl no se le veía muy cómodo hablando con ella, o al menos tal percepción tuvo nuestra protagonista.

¿Será porque no quiere que me vea? Posiblemente.

Carl volvió a la mesa y Gia lo siguió con la mirada, ahí es cuando reparó en la presencia de Amy, a la que se quedó mirando con cara larga durante unos segundos. Amy lo percibió, pero estaba tan nerviosa que se limitó a concentrarse en su plato. A Carl no le hizo ningún comentario al respecto.

Una vez que hubieron finalizado de comer, volvieron al camarote, y se situaron exactamente en las mismas posiciones que antes: ambos sentados al filo de la cama y muy juntos, mirándose fijamente a los ojos y prácticamente el uno oliéndole la respiración a la otra.

—Cuando llegué a Minnesota conseguí un trabajo en una lavandería. Muy mal pagado y muy sacrificado —comenzó a explicar—, pero tenía que aportar a la economía familiar. Diana, por el contrario, sí que cobraba un buen sueldo. Pero bueno, algo tenía que hacer —carraspeó la garganta—. Después me cambié de trabajo. Entonces fui recepcionista en unos grandes almacenes. El sueldo era casi igual de bajo, pero al menos tenía más horas de descanso. Así estuve durante algunos años, hasta que me separé de Diana.

—¿Quién rompió exactamente la relación?

—Umh… —pensó un instante—. Realmente, ambos estábamos ya muy hastiados el uno del otro, pero yo fui el que dio el paso.

Que hubiera sido Carl el que dejara a su mujer y no al revés animó de alguna forma a Amy, que le sonrió levemente.

—Pues bien —continuó diciendo—, yo tenía la idea en mente de continuar viviendo



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